La Casa de Mis Sueños, por Ana Sefern
(5ª Parte)
Al alba la decisión estaba tomada. No tenía que dar explicaciones a nadie, era dueña de mis actos, estaba en plenitud de facultades... Tenía un sueño que cumplir e iba a hacer lo posible para materializarlo, no lo aplazaría más.
Maika despertó hecha unos zorros. Espeluznada, apareció en la cocina donde yo ya llevaba una hora bebiendo café mientras miraba, sin ver, un punto fijo en el horizonte a través de la ventana. Di un respingo cuando me pidió una aspirina con su voz grave de fumadora. No la había oído entrar.
―¿Hablaste con Juan anoche? ―me preguntó, en medio de un bostezo, en tanto con ojos legañosos me miraba llenar un vaso bajo el grifo.
Asentí con la cabeza sin volverme.
―¿Qué te dijo? Alguna grosería, estoy segura.
―No, tranquila. Toma ―agregué entregándole el vaso lleno de agua y el milagroso ácido acetilsalicílico “curalotodo”.
―No me lo creo.
―Hazlo. Le dije que me habías pedido tú que le llamara, que estabas en la bañera retozando entre sales a la espera de la maravillosa cena que iba a prepararte.
Mi amiga soltó una risita inquieta.
―Eres un demonio. Pero seguro que no te creyó.
―Ese es su problema. ¿Tienes hambre? Anoche no cenaste.
―Ni voy a comer hoy, estoy revuelta. ¡Juro por lo más sagrado que no beberé ni un triste gin tonic en lo que queda de verano!
―Que es todo; demasiado tiempo, me temo ―mascullé.
―¡No seas mala!― protestó mi desgreñada amiga como criatura de pocos años.
―¿Estás en condiciones de conducir? ―interrogué.
―¿Ya me echas? No he sido muy buena compañía esta vez.
―Sólo quiero saber si te sientes con fuerzas de coger el coche ―repliqué secamente.
―Bueno, borracha ya no estoy, ese es un punto a favor. Pero voy a esperar a que paren de latirme las sienes, si no te importa. ¡Dios, qué curda, qué melopea, qué pedo, qué pedazo de tajada! ¡Me daban vueltas hasta las pestañas!
La miré con impaciencia.
―Bonita lista de sinónimos. Muy adolescentes. ¿Te has tirado algún veinteañero hace poco? ―volví a preguntar rudamente.
Maika parpadeó, confusa.
―¿Te pasa algo? ¿Estás enfadada conmigo?
―Me sorprende que emplees ciertos términos, sólo eso, no es propio de ti.
Mi amiga me observó fijamente.
―Hace demasiado que no nos vemos, no te recordaba tan remilgada ―dijo.
―He tomado conciencia de mi edad.
―¡Ah, y yo no! Maika guardó silencio un largo minuto.
―A ti te ha pasado algo ―sentenció―. Estás buscando pelea.
No respondí.
―Pues lo siento, no estoy de humor. Y si no vas a decirme qué mosca te ha picado, mejor me visto y me largo.
―Con viento fresco ―murmuré.
No estaba orgullosa de mi comportamiento. Lo cierto es que cuanto más la atacaba, más avergonzada me sentía. Sin embargo, no podía frenar mi lengua, lo mismo que era incapaz de hacer callar al lado siniestro de mi cerebro. Quería que Maika se marchara. Había decidido hacer una llamada y, para ello, necesitaba estar sola y no dejar pasar demasiado tiempo. Acaso me arrepintiera.
Maika se sentó al volante de su coche una hora después. Tiempo record (doy fe) empleado en ducharse, peinarse y recomponer su rostro con una generosa capa de maquillaje, unas pinceladas de rímel, lápiz de labios y sombra de ojos. Excesiva carga para una calurosa mañana estival, pero cualquiera se lo decía, ya había minado su paciencia en demasía y estaba claro que yo no había aprendido la suficiente sutileza en mis cuarenta y cinco años de vida, por más que presumiera de ser muy adulta.
―Ya te llamaré ―me dijo, sin mirarme, antes de arrancar el auto. Deduje por su tono que o la llamaba yo pidiéndole disculpas en tres idiomas distintos, o tardaríamos en volver a beber vino juntas.
“Mañana la llamo y le beso el trasero, si es preciso”
“Y todo arreglado, ¿no? Eres una cerda por tratarla así, ¿no tiene ya bastante cruz con el desgraciado de su marido?
Sin duda. Pero mañana sería otro día. Hoy tenía que cumplir un sueño.
Y lo cumplí.
Han pasado otros cinco años. Muchas mañanas desde aquella tarde decisiva, desde aquella noche de insomnio rumiando mi futuro, desde que hice “la llamada.”
Hoy me desperté con la idea fija de contar esta historia, a pesar de lo mucho que me desagrada ser la protagonista de mis relatos. Pero… bueno, en realidad no lo soy. Todo empezó esa tarde de hace treinta años, cuando descubrí la que hoy es mi casa y mi…
Ella es la protagonista.
Y yo debo terminar con esto.
Marqué el número. Una mujer contestó a mi llamada. Fui al grano, le dije que me interesaba la casa, que quería verla, y cómo no, saber cuánto pedía por su venta.
La cifra era alta, no esperaba menos, no obstante, en mi cabeza habían bailado tal cantidad de números descabellados que la suma me sobresaltó, pero no me horrorizó. Quedamos para el día siguiente.
La mujer de unos treinta y cinco años, bajita y regordeta, se presentó como Olvido Aliaga, de la agencia inmobiliaria TU CASA.
Me miró de arriba abajo disimuladamente, sopesando si era una compradora en potencia o tan solo una mirona que la iba a hacer perder su tiempo. No me gustó un pelo, yo habría preferido tratar directamente con el dueño y así se lo hice saber. Me respondió, con entonación neutra, que la dueña vivía en el extranjero, era una persona de edad avanzada y había autorizado a su agencia a tramitar la venta, a ser posible, a la mayor brevedad. Tuve que conformarme, Aliaga y yo íbamos a tener que tirar de nuestras reservas políticas.
―¿Entramos? ―me invitó.
―Sí, claro.
“A eso he venido.”
Y crucé la verja de las Buganvillas después de veinticinco años de vigilancia al otro lado.
Omitiré mis impresiones, es obvio que lo que vi no fue inferior a mis expectativas, puesto que hoy la casa me pertenece. Sólo reseñar que Aliaga empezó a hablar de metros cuadrados habitables, número de habitaciones, posibles modificaciones que ampliarían y modernizarían las estancias… Desempeñó bien su papel, aunque yo no la escuchara. Para mí la casa era tan perfecta como la había imaginado, lo que necesitaba cambiar lo tenía claro sin necesidad de consejo y, por descontado, pensaba mantener su esencia en la medida de lo posible.
Le pedí su tarjeta asegurándole que tendría noticias mías a la mayor brevedad.
―Sí, por favor, hay más personas interesadas ―me advirtió con sonrisa meliflua.
El primer paso estaba dado y había sido satisfactorio. Mi humor mejoró varios enteros.
Creo haber mencionado ya que en la parte de atrás de mi finca había un colegio: “Los Naranjos”. Era un centro grande que impartía enseñanza desde preescolar hasta secundaria; el “culpable” de que alguien se hubiera dignado plantar señales de precaución y límite de velocidad en el arcén de la carretera, frente a mi verja. Señales que nadie respetaba.
Años atrás, en vida de mi padre, los propietarios se habían interesado por nuestro terreno. Al parecer pretendían ampliar construyendo un gran gimnasio, piscina y varias canchas de juego. Nuestra parcela de diez hanegadas lindando con la de ellos era un pastel muy apetecible.
No obstante, para su contrariedad, papá era un duro negociador. Poseía la finca desde que yo podía recordar. La había adquirido siendo soltero aún, a la vuelta del extranjero donde había pasado un tiempo trabajando. Desprenderse de ella sólo hubiera sido posible a cambio de una generosa oferta que mitigara su posterior nostalgia.
Así las cosas, “Los Naranjos” se quedó sin macro gimnasio, sin piscina y sin canchas de juego y papá continuó como propietario de la finca, que yo heredé a posteriori, y que seguí manteniendo durante otros veinticinco años.
En ese periodo tuve otras ofertas, probablemente tanteando si la hija era más flexible que el padre, si bien la situación no varió. Mis lazos afectivos con el terreno y la casa, el sentimiento de culpabilidad, de deslealtad hacia mi padre que tanto había trabajado allí cuando el campo era productivo, me ataban bien corto.
Pero ya había pasado mucho tiempo, la decisión estaba tomada. Necesitaba seguir con mi vida pensando en lo que yo quería. Sólo esperaba que no fuera demasiado tarde.
Con el temor camuflado entre un paso firme y la mirada decidida, me acerqué a “Los naranjos” para concertar una entrevista con el director. No fue necesario, se encontraba en el centro y me atendió en su despacho sin hacerme esperar.
Como venía haciendo recientemente, fui al grano informándole sin preámbulos del motivo que me llevaba hasta allí. Siendo vecinos y sabiendo que, antiguamente, habían pretendido la propiedad, consideraba que debían estar al corriente de mi intención de vender. Mi interlocutor, un hombre de unos cuarenta años, de aspecto falsamente anodino, asintió con la cabeza.
―Lo comentaré con mis socios, siempre que la cifra que usted pida nos dé un margen para comenzar a negociar. Su padre…
―Mi padre puso un precio que ustedes, o quien estuviera al cargo por entonces no aceptó, ya lo sé, de eso hace mucho tiempo ―atajé ásperamente―. Es evidente que yo no soy mi padre, creo recordar que hemos hablado alguna que otra vez antes de ahora. Si recuerdan la cifra que les di entonces, añádanle algo más: todo sube en esta vida.
Lo peor que podía haber hecho aquél tipo era mencionar a mi padre; no venía a cuento y no se lo toleraba. No obstante, mi tono no estaba resultando amistoso y eso no me convenía. Agaché la cresta y con acento más suave le revelé el precio actual del terreno para que lo rumiara con sus socios. A continuación le entregué mi mano para que la estrechase y salí del despacho pidiéndole que me comunicara la cantidad que estaban dispuestos a pagar ─en caso de seguir interesados─ por si cabía esa negociación.
Continuará...
Aquí Primera Parte
Aquí Segunda Parte
Aquí Tercera Parte
Aquí Cuarta Parte
Continuará...
Aquí Primera Parte
Aquí Segunda Parte
Aquí Tercera Parte
Aquí Cuarta Parte
Hola Nena... Maika no ha tenido el mejor de los despertares
ResponderEliminarEstefanía estaba muy irascible, deseosa de realizar esta llamada después de tanto tiempo
Por fin parece ser que va a comenzar una negociación que no creo resulte fácil para Estefanía
Está claro que para poseer Las Buganvillas tiene que vender la finca familiar... demasiados sentimientos encontrados, no creo que sea sencillo
Quizás deba pagar un precio más alto del que supone
Besos
Hola Mela, tienes toda la razón es complicado, pero casi siempre, cumplir los sueños lo es. Y casi siempre, sacrificamos algo por el camino. Estefanía sabe que para cumplir su sueño debe cortar unos lazos a los que está ligada desde siempre, pero cree que ha llegado el momento de hacerlo o, tal vez, no lo haga nunca.
EliminarBesos
Pues su amiga tienen razón, hoy está un poco quisquillosa la protagonista, cuándo no tiene a Pepito Grillo hinchándole la cabeza, creo que lo hace ella misma : Supongo que es una decisión difícil,pero no se... la veo rara, los otros capítulos estaba más simpática, aunque la historia me sigue enganchando como siempre :)
ResponderEliminarBesos!
Estefanía tiene muchos sentimientos encontrados. Quiere hacer realidad su sueño, pero, una vez tomada esta decisión que tanto le ha costado, necesita hacerlo ya, no quiere arrepentirse. Y no, no es nada fácil cuando tantos recuerdos y sentimientos andan de por medio.
EliminarBesos Laura.
Es sorprendente que después de tantos años la vendan y encuentro lógico que deseándola tanto haga todo lo posible por hacerse con ella. Esperamos el próximo capitulo con impaciencia. Besos
ResponderEliminarHola Katiuska,
EliminarSí, después de tanto tiempo, por fin, acaricia el sueño de hacerla suya y Estefanía no quiere desperdiciarlo. Es una decisión difícil para ella por lo que debe dejar atrás y también porque lo ha deseado tanto que, ante la posibilidad de lograr un sueño que casi veía imposible, siente un poco de "vértigo".
Si no me equivoco, la semana que viene publicaré la penúltima parte.
Un beso
Bueno, ya conocemos (¿o no?) el final; ahora resta seguir los caminos que nos llevan a él.
ResponderEliminarMe imagino lo que le costará recomponer la relación con la amiga...
Atrapa.
Besos amiga!
Hola Juanh
ResponderEliminarNo, no conocéis el final, es un poquito más complicado de lo que quizá parece a simple vista; por el momento ni te lo imaginas, de eso estoy segura.
Un beso grande!!
buganvillas existe en verdad??
ResponderEliminarSe puede decir que sí.
EliminarAl fin aparece la casa por dentro!!!
ResponderEliminarEsperamos el siguiente paso con impaciencia.
Besos y buen fin de semana guapa.
Y Estefanía no ha quedado defraudada; me parece que nunca creyó que eso fuera posible.
EliminarBuen finde H, pásalo bien.
Besos
Jamás la compra de una casa me había tenido tan en vilo. Sigo intrigado con lo que puede ser el final de todo este asunto.
ResponderEliminarMe ha hecho gracia Estefanía comportándose como una perrita malcriada con su amiga Maika. ¿Era ella la que hablaba o había dejado que su "otro yo" saliese a darse un paseo para su conveniencia?
Y ahora... me pongo en plan niño pequeño. ¿Falta mucho? ¿Cuánto queda?...
Hola Mr M. Cada vez que la cursiva está en negrita, habla el lado descarado de Estefanía, si la cursiva no está en negrita, Estefanía piensa como cualquiera lo hacemos. Y si no hay cursiva, es cuando habla en voz alta.
EliminarEl lado que va por libre ha salido poco hoy.
No, ya no falta mucho para el desenlace, sólo dos partes, es decir, la semana que viene es la penúltima. Ya no "oirémos voces" nunca más jejeje.
Un abrazo