La Casa de Mis Sueños, por Ana Sefern
(6ª Parte)
Los días que siguieron son de los que dan ganas de vomitar la primera papilla. Siempre he odiado los papeleos, las visitas a gestores, notarios, abogados… todo ese elenco que lleva la palabra burocracia pintada en la frente. Tuve dos reuniones más con los propietarios de “Los Naranjos” hasta llegar a un acuerdo en el que ambas partes tuvimos que ceder. Por otro lado, había vuelto a hablar con Olvido Aliaga para acordar una nueva visita a Las Buganvillas; quería valorar de forma minuciosa el estado general de la casa y cuantificar cuánto me supondrían las obras. Era evidente que, para empezar, había que instalar cañerías nuevas, cableado eléctrico actual, línea telefónica y de internet, renovar sanitarios… Me mareaba sólo pensarlo, pero debía confeccionar una lista, informarme de presupuestos y negociar, también yo, la suma que la señora de avanzada edad pedía por su casa abandonada y su pequeña parcela, por cierto, bastante menor que la mía.
En un mes dejé de ser la dueña de mi casita de verano con todo su terreno salvaje. Estaba hecho. Me sobrevino una sensación terrible de desamparo que no había esperado. No, no lo esperaba. Creí que sería la mujer más feliz del reino, tan solo pudiendo rozar mi sueño dorado. Me equivoqué de medio a medio. Me sentí como un polluelo fuera del cascarón, como un pato mareado, como un perro abandonado. Fue un sentimiento fuerte y sumamente desagradable que hizo que me preguntara si habría cometido el peor error de mi vida, si me había dejado llevar por un impulso irracional, si no me arrepentiría… si no me estaba arrepintiendo ya.
A esas alturas, mi mente perversa había empleado conmigo multitud de adjetivos poco halagüeños. Conseguí mantenerla a raya mientras tramitaba la venta de la parcela pero, cuando me supo desvalida, empecé a escuchar su risa baja subiendo de tono paulatinamente, hasta ponerme el vello en pie.
Terca como una mula, le di esquinazo por enésima vez. Para nada necesitaba sus puyas o su risita imbécil. ¡A lo hecho, pecho! Iba a obtener lo que durante gran parte de mi vida había deseado, no tenía derecho a quejarme, ¿a qué pensar en pollos recién nacidos y perrillos mojados?
Dos meses más tarde, Las buganvillas, que así consideré que debía continuar llamándose, me pertenecía por entero. Estaba sumergida en la vorágine de supervisar las obras a diario, de tratar con los albañiles, los pintores… No se les podía dejar solos, so pena de encontrarme con acabados imperfectos o tareas que se perdieran en el olvido. Ardía en deseos de mudarme, de quedar a solas, de empezar a crear un hogar en la casa de mis sueños.
Estaba habilitando la torre como despacho. Allí pensaba sentarme a escribir todas las tardes, dominando el entorno desde las alturas a través de sus cuatro ventanas en arco.
Estaba habilitando la torre como despacho. Allí pensaba sentarme a escribir todas las tardes, dominando el entorno desde las alturas a través de sus cuatro ventanas en arco.
No obstante, no podía pasar frente a mi antigua finca sin que se me oprimiera el corazón. Todavía seguía igual, si bien ya no me pertenecía. Jamás volvería a cruzar la verja ni a entrar en la casa. Lloré amargamente. Me daba un vuelco el estómago cuando la veía, cuando paseaba por la carretera que tanto había criticado y que era mía ¡qué paradoja! ¿Por qué no podemos ser felices, aún cuando lo somos?
“Porque no existe la felicidad completa, quien la pretenda nunca será feliz, pensaba que lo sabías”.
“Lo sabía, sí, pero lo olvidé”.
“Bienvenida de nuevo al mundo real”.
El mundo real, claro, ese en el que suspiré por una casa inalcanzable y, al conseguirla, lloré por lo que dejé en el camino. Porque tarde me daba cuenta que nunca valoré con justicia lo que poseía. ¡Perro mundo real!
“No es el mundo, eres tú, las personas, el género humano. Nunca estáis conformes con nada, chica. ¡Vamos! ¡La dichosa casa es tuya, la conseguiste, alégrate, disfrútala! El pasado déjalo allá, recuerda sólo los buenos momentos, lo vivido nadie te lo puede quitar”.
“¡Duele! ¡Me hace daño recordar!”
“Quizá no es el momento. Céntrate en tu nuevo hogar y en fabricar nuevos recuerdos para el futuro”.
Me concentré con fuerza, aunque no logré desprenderme de esa sensación agridulce en la boca del estómago. En días sucesivos el trajín me llevó a ir de un lado a otro como gallo sin cabeza.
Ya había pasado el mal trago de vaciar mi casita de verano, de empaquetar, seleccionar, tirar y guardar para cuando llegara el camión de la mudanza a llevarse todo lo servible a un guardamuebles. Afortunadamente, Olivia y su novio se habían prestado a ayudarme y eso hizo la tarea más soportable, mucho menos lastimosa.
Ahora le tocaba el turno al piso. Había cosas que quería trasladar a Las Buganvillas y otras que dejaría a Olivia quien, gracias a mi reciente adquisición, quedaba como dueña y señora del pisito en la ciudad.
―¡Ni loca, mamá, yo me quedo aquí, aquello es un muermo, no sé qué te ha dado! ―me dijo, escandalizada, cuando le propuse venirse a vivir conmigo a la nueva casa.
La realidad es que estaba encantada…, exultante diría yo. Había conseguido un trabajo a media jornada, lo mismo que su novio, y el piso iba a transformarse en su nidito de amor. ¿Casarse…?
-¡Por favor, mamá, qué antigua eres!
Sin pretenderlo la había destetado definitivamente. Por todo hay que pagar un precio.
Las obras terminaron, ¡Aleluya! Entre unas cosas y otras me instalé en Las Buganvillas en el mes de diciembre, a punto para la navidad. La primera navidad de mi nueva vida. Claro que, estaba tan agotada que bufaba de antemano. Olivia apareció el 24 por la mañana como ángel caído del cielo. Entre las dos preparamos una opípara cena para cinco comensales: ella, su novio Marco, dos primas mías ─un poco cabras de monte─ que se dejaron caer por la zona para (husmear) hacerme compañía, y yo. Todos durmieron en Las Buganvillas. Al día siguiente, navidad, fui a comer a mi antiguo piso con los chicos, porque Olivia quería mostrarme todos los cambios que había hecho en la casa y ejercer de anfitriona con alguien de confianza en su primera vez. Estuvo todo perfecto, me encontré a gusto, encantada con ellos y encantada de que les fuera bien. No obstante, inmediatamente después del café, en plena sobremesa, comencé a sentir una cierta desazón.
―Haces mala cara, mamá, ¿no te encuentras bien?
―Si, claro que me encuentro bien.
―¿Estás segura?
―¡Claro, mujer!
Pero no era cierto. No me dolía nada, la compañía era inmejorable y la charla distendida, ¿qué me ocurría entonces?
“Estás deseando volver a tu madriguera, demasiado tiempo fuera”.
“¿Qué tonterías dices?”
“Yo nunca digo tonterías”.
La desazón no desaparecía, así que aprovechando que los chicos tenían pensado visitar a los padres de él, anuncié que me marchaba.
Me sentí algo mejor cuando, al volante de mi coche, puse rumbo a Las Buganvillas, sin embargo, tuve la impresión de que me faltaba la respiración. Abrí la ventanilla para que el aire fresco de la tarde que empezaba a perder su claridad a pasos agigantados, entrara sin trabas a liberarme de la incipiente sensación de ahogo que sentía al respirar. ¿Me estaría volviendo menopáusica? ¿Los síntomas eran ahogos o calorías? Porque calor no tenía.
“Idiota, si todavía tienes la regla con regularidad, ¿qué estás diciendo?”
“Además, sólo tengo cuarenta y cinco, es verdad, todavía es pronto, ¿no?”
“Eso depende”.
“¿De qué demonios?”
“De cada mujer, tonta, ¿tengo que explicártelo todo? Tal vez tus trastornos menstruales comiencen en breve, pero te digo que este no es el caso que nos ocupa”.
“El caso que nos… No sabía que había un caso, sólo me he agobiado un poco”.
“Pues entonces cierra el pico y conduce, no le des tantas vueltas a la cabeza, me mareas.”
“¡Vete a la mierda!”
Sea como fuere, la sensación fue menguando poco a poco. Cuando caminaba bajo la pérgola de buganvillas en dirección a la entrada principal de la casa, se había evaporado por completo.
La noche amenazaba tormenta. Había sido un día de navidad bastante frío y la humedad también era alta. Prendí la chimenea del salón y después me enrollé en el sofá con una taza de cacao caliente en una mano y el mando a distancia de la tele en la otra. Hora de “zapear”, viendo un poco de todo y un mucho de nada. Y ni siquiera eso. Sonó el teléfono. Una Maika muy dicharachera y algo etílica me berreó un villancico desaforadamente, hasta el punto que casi arrojo el aparato al otro lado de la sala. Huelga decir que nuestra amistad se restableció de inmediato cuando dos meses atrás, casi reptando a sus pies, me disculpé con ella.
Hola Nena... en este capítulo se puede aplicar "Ten cuidado con lo que deseas, que se puede cumplir"... "Ten cuidado con los sueños, que se pueden realizar"
ResponderEliminarCreo que Estefanía ha pagado un precio demasiado alto por la compra de Las Buganvillas y no me refiero a dinero
Ha dejado su hogar familiar y eso pesa demasiado
Me he reído con esa parte de su mente tan burlona... y que conste que no me gustan las burlas ;-)
Y Maika, cantando un villancico... berreando ;-)
Estoy disfrutando con este magnifico relato y te felicito por tu excelsa narrativa
Veremos si Estefanía consigue ser feliz en su nuevo hogar
Besos
Hola, Mela! Ella no esperaba que fuera a sentirse así, pero la vida te da sorpresas...
EliminarSí, Estefanía y su mente son grandes conversadoras jajaja, Y Maika es una mujer que no se deja abrumar por los problemas, vive el momento e intenta ser feliz.
Muchas gracias, yo me alegro de que lo disfrutes,
La semana que viene lo sabrás.
Besos
Pues justamente iba a decir lo mismo que Mela, pues es lo que pensaba. Siempre duele dejar algo a lo que estamos acostumbrados, pero parece que Las buganvillas está ejerciendo una especie de atracción maléfica, jajajajja, me pongo gótica :)
ResponderEliminarMe ha enganchado mucho el capítulo de hoy, y estoy deseando ver como sigue.
Besos!
El valor sentimental de las cosas tiene mucho peso, pero también un sueño que nos acompaña gran parte de la vida. A veces se tiene la suerte de poder elegir. Hay que hacerlo, no podemos tenerlo todo.
EliminarJajaja, es verdad, si fuera un relato de misterio, ahora la casa se la tragaría ;)
La semana que viene pongo punto y final.
Besos!!!
Muchas gracias Zhobeyda, y bienvenida. Naturalmente me paso enseguida por tu casa a ver todo lo que quieras mostrarme, será un placer.
ResponderEliminarMuchos besos.
Me gusta mucho como nos relatas las cosas, el paso a paso, nos metes dentro de la historia. Disfruto mucho en esta segunda lectura!!!
ResponderEliminarBesos guapa y que tengas una buena semana.
Gracias Herminia, me alegra saber que la segunda lectura no desmerece a la primera y que la sigues disfrutando, a pesar de recordarla y conocer de antemano el desenlace.
EliminarPasa bien lo que queda de semana y disfruta de la Pascua.
Besos.
Bueno, pues parece que esto ya se va acercando a su final y, de pronto, me da la sensación de que esa casa ejerce algún tipo de poder sobre quien la posee, obligándole a permanecer encerrado en ella. Por lo que veo, no he sido el único que lo ha pensado. ¿Acertaremos?
ResponderEliminarUn abrazo!
Y tanto que se va acercando, la semana que viene ponemos la palabra FIN.
EliminarPues no sé si acertáis con el desenlace o no, es decir, lo sé pero mis labios están sellados jajaja ¡qué teatral.
Un abrazo
Bueno, bueno, llegó el momento de los arrepentimientos! Pero en el fondo es lo que quería, lo que deseaba, lo que soñaba, así que espero que a fin de cuentas se sienta contenta en su casa, que por lo que se lee la tiene atrapada (lo digo por el apuro en regresar). Aunque, conociéndote por algunos de tus escritos, se me hace que nada será tan simple...
ResponderEliminarUn beso grande!
Hola Juanh,
Eliminarromper con unas raíces tan profundas como las que Estefanía tenía con la finca que fue de su padre, como poco, hace que se sienta un vacío. Ella creyó que cumplir su sueño de tantos años sólo podía aportarle satisfacción, y quizá sea así en el futuro, pero el primer golpe la ha sacudido inesperadamente. Es "la señal" sentimental que ha de pagar por obtener lo que deseaba. Y después de la señal siempre viene el resto del pago ¿verdad?
La vida, como ya sabemos, no es simple, la realidad supera a la ficción en la mayoría de los casos.
Muchos besos!!!
Hola Nena, tras un largo parentesis voy intentando aparecer de nuevo.
ResponderEliminarAcabo de leer estos tres capítulos para ponerme algo al día y tengo que decirte que estoy deseando leer su final, comprendo a la perfección los sentimientos y vinculos afectivos que produce el propio hogar, de hecho he vivido en tres casas y siempre dejamos en ellas recuerdos, historias, risas y sueños.
Espero que hayas disfrutado enormemente de estos días esplendidos de Semana Santa, un cariñoso abrazo.
Besos, Pilar
Hola Pilar, bienvenida de nuevo!!
EliminarEl final lo publico mañana martes, así que no has de esperar mucho.
Precisamente yo no he cambiado de casa, pero he intentado ponerme en el lugar de la protagonista y sentir lo que ella podía sentir al dejar atrás algo que ha formado parte de su vida y que cuidó con tanto esmero por ser herencia de su padre.
Pero como digo, cumplir un sueño no es gratuito, yo no sé la razón, pero suele dejar una sensación agridulce siempre.
Muchos besos!!!