La Casa de Mi Sueños por Ana Sefern
(7ª Parte-FIN)
En Nochevieja, por orden expresa de mi querida amiga, me uní a su grupo y fuimos a cenar a una sala de lo más pija donde había orquesta y comida de la que yo llamo “puturrú de foie”; (es decir, esa en la que te sirven un minúsculo trozo de carne medio cruda en el centro del plato, le añaden dos bolitas de algo raro, que tal vez sea patata o quizá melón, le hincan varias hierbas como césped mal cortado y terminan decorando el conjunto con una raya de salsa de trufa, de frambuesas o de vete a saber qué) La cuestión es que, por H o por B, acabas pasando hambre: o no es suficiente o sabe a mil rayos.
Después de una sucesión de platos casi vacíos que costaban un riñón y parte del otro, regados con vino gran reserva blanco, tinto, rosado o los tres a la vez, llegó la hora de los postres y de elegir entre lanzarse a por una extensa variedad de licores, el cava o el champán francés. La duda no fue tal… Todos, uno tras otro, sin orden ni concierto. La orquesta comenzó a tocar música pachanguera y los finos comensales a desmadrarse y a hablar a gritos. Aunque lo daba por hecho (soy una chica lista) observé que los modales y la mesura se pierden con la misma facilidad en un recinto elegante que en las fiestas de la plaza del pueblo. En uno corre libremente el whisky y el cava, en otra la cerveza y el calimocho.
Después de una sucesión de platos casi vacíos que costaban un riñón y parte del otro, regados con vino gran reserva blanco, tinto, rosado o los tres a la vez, llegó la hora de los postres y de elegir entre lanzarse a por una extensa variedad de licores, el cava o el champán francés. La duda no fue tal… Todos, uno tras otro, sin orden ni concierto. La orquesta comenzó a tocar música pachanguera y los finos comensales a desmadrarse y a hablar a gritos. Aunque lo daba por hecho (soy una chica lista) observé que los modales y la mesura se pierden con la misma facilidad en un recinto elegante que en las fiestas de la plaza del pueblo. En uno corre libremente el whisky y el cava, en otra la cerveza y el calimocho.
Lo pasé bastante bien, hasta bailé con el “querido Juan” al que pisoteé en repetidas ocasiones escudándome en mi poca estabilidad a causa de la mezcla del vino con los chupitos y el cava.
A la hora de recibir el año nuevo tragando uvas al compás de las doce campanadas estaba tan aturdida que a duras penas pude cumplir con el ritual.
Todo un éxito hasta esa hora de brujas. Posteriormente, cual Cenicienta temerosa de que mi carruaje se convirtiera en prosaica calabaza y mi bello traje en harapos, empecé a notar la misma desazón multiplicada por dos que, una semana atrás, en casa de mi hija, me había obligado a salir por piernas en plena sobremesa y que sólo cesó por completo al llegar a Las Buganvillas.
“¿Qué pasa aquí?”
Quería volver a casa. La gente riendo a carcajadas, vociferando las canciones al tiempo que la vocalista de la orquesta, bailando desmañadamente cuando el temor al ridículo ya se había perdido del todo a causa del alcohol, me estaba sacando de mis casillas. Dejé de divertirme y pasé a observarles minuciosamente, hipnóticamente. Sus sonrisas llenas de dientes, sus caras rojas, sus maquillajes con urgencia de un retoque, sus esqueletos de mandril moviéndose convulsivamente… Tenía que largarme de allí.
Pero, ¿cómo anunciar que me marchaba justo al comienzo de la verdadera fiesta? Maika me pondría al pie de los caballos con total seguridad. No iba a entenderlo, se ofendería. Lo que opinara el resto del grupo me la traía al pairo. A fin de cuentas no me conocían, no les conocía y no me caían bien.
Salí a tomar el fresco sin decir nada a nadie. Lo único que quería era que desapareciera aquella horrible sensación de falta de aire. Me temblaban las piernas mientras me dirigía a la puerta, hasta el punto que temí desplomarme en medio de todos.
“No te preocupes, sonreirán pensando que se te ha ido la mano empinando el codo, ya no tienes edad”.
“¡Pues vaya puto consuelo!”
No suelo fumar, tan solo un cigarrito o dos en las BBC (bodas, bautizos y comuniones) pero rebusqué en mi bolso como una auténtica drogadicta con mono y, gracias a Dios o al diablo, encontré un paquete estrujado con dos cigarrillos.
“¿No te estabas asfixiando? Eso no te ayudará, bonita.”
“¿Tú qué sabrás?”
Encendí el cigarro, le di dos caladas y lo pisoteé. No me ayudaba, no. Aspiré una bocanada de aire helado que se me atragantó a mitad de camino. Decididamente me iba a casa. La sola idea de regresar al abarrotado salón me provocó un sudor frío y eso que estaba tiritando.
“Pero has de volver, vas medio desnuda, pillarás una pulmonía de tres pares de narices. Entra, recoge tu abrigo, di adiós civilizadamente y sal con elegancia.”
“¡Y una mierda!”
Saqué el móvil del bolso y pedí un taxi. Había venido en el coche de Maika y el “querido Juan”, así que no me quedaba otra. Mejor, no estaba como para conducir los treinta kilómetros que me separaban de Las Buganvillas, acaso el remedio fuera peor que la enfermedad.
Aguardé la llegada del taxi en la misma puerta, lanzando miradas desasosegadas en todas direcciones. Parecía una lunática. ¡Feliz año nuevo jajaja!
Por fin en casa, asomada a la ventana de mi dormitorio, con el canto de los grillos como única música de fondo, me sentí a salvo. A salvo… Curiosa manera de definir mi estado. Sonó el móvil, vi que era Maika y no respondí. La muy testaruda insistió un par de veces, dejando que martillearan los timbrazos hasta que saltó el contestador. Me impacienté y lo apagué. Muerto, decesado, fallecido, extinto, kaputt.
Entonces me sobresaltó el timbre del teléfono fijo. La melodía de El lago de los cisnes que había escogido como tono me sonó igual que la de Psicosis en la escena de la ducha, cuando Norman Bates (Anthony Perkins) ataviado con peluca y las ropas de su madre muerta apuñala a la bella Marion (Janet Leigh)
¡Maldita Maika! ¿Es que no podía dejarme en paz?
“Si quieres librarte de ella te sugiero que contestes y te inventes una excusa que se pueda creer. Lo que has hecho no está nada bien.”
“Por si aún no te has enterado, no he podido evitarlo, yo no me comporto así habitualmente.”
“Muy bien, pues dile eso.”
“Va a pensar que estoy loca.”
“A lo mejor.”
“¿Me tomas el pelo?”
“Eres demasiado susceptible.”
“Son los tumultos…, tantas reuniones…, toda esa gente haciendo el payaso. ¡Odio estas estúpidas fiestas!”
“¿Ah, sí? ¿Desde cuándo?
“Desde… ¡no lo sé! Lo que sí sé es que me siento como un pez boqueando fuera de su pecera”.
“Si le cuentas eso a tu amiga te va a mandar a hacer gárgaras.”
“Pues no le digo nada y punto redondo.”
“Se presentará aquí, tú misma”.
Nos quedamos en silencio, mi mente y yo, en tanto el teléfono continuaba repiqueteando amenazadoramente.
“¿Tanto te cuesta decirle que te encontraste mal y no quisiste molestar a nadie? Es una mentirijilla a medias. ¡Espabila, idiota, haz que deje de sonar ese condenado artefacto, por Dios!”
Me costaba, claro que me costaba, porque si yo misma no entendía qué me estaba pasando, ¿cómo iba a explicarlo y que sonara convincente? Estaba perpleja, también algo asustada, esa era la verdad; no sabía de qué ni a quién echar la culpa de mi dislocado comportamiento.
En los dos años siguientes padecí varios episodios por el estilo. El primero en unos grandes almacenes, donde dejé abandonado el carro lleno de productos en mitad de un pasillo y salí como alma que lleva el diablo a refugiarme en mi coche. Volvió a repetirse la escena una semana después, cuando conseguí reunir el valor para volver.
Empecé a realizar mis compras por teléfono o internet.
También me ocurrió en el cine, adonde fui acompañada de una amiga (que, gracias a Dios, no era Maika). Salí al lavabo, me dio un yuyu y ya no regresé a la sala. Dejé a la pobre Claudia más plantada que un nabo y no volvió a mirarme a la cara.
Convine conmigo misma que, en las televisiones de hoy, las películas se ven estupendamente y tumbada en el sofá mucho mejor que sentada en una butaca.
Otra vez me sucedió yendo de tiendas con Olivia, en plena época de rebajas. Volví a casa con las manos vacías y una hija asustada que estuvo un mes entero llamándome a diario para preguntarme si ya había ido al médico.
Fuera rebajas de invierno, fuera rebajas de verano… ¡al carajo con todas las rebajas!
Y siempre era igual: la desazón, el ahogo, la sudoración, a veces los mareos y las taquicardias, cada episodio me parecía peor que el anterior y me acobardaba más; salía de casa con desconfianza, atenta al primer síntoma… Temía que llegara, sabía que llegaría.
La última vez sucedió en plena calle. Esa fue la gota que colmó el vaso. Fui espaciando las salidas cada vez más. Hasta que no hubo más salidas.
En Las Buganvillas me sentía en paz, protegida, acunada. Tenía todo lo que necesitaba y cuando no, lo encargaba y me lo traían hasta la puerta. No quería admitirlo abiertamente... sin embargo, poco a poco, me fui convirtiendo en una ermitaña desvinculada del mundo exterior, una misántropa recelosa de sus semejantes, un pájaro cautivo en jaula dorada…
En Las Buganvillas me sentía en paz, protegida, acunada. Tenía todo lo que necesitaba y cuando no, lo encargaba y me lo traían hasta la puerta. No quería admitirlo abiertamente... sin embargo, poco a poco, me fui convirtiendo en una ermitaña desvinculada del mundo exterior, una misántropa recelosa de sus semejantes, un pájaro cautivo en jaula dorada…
Tuve que pedir ayuda médica. Me lo aconsejaron, por activa y por pasiva, todos aquellos que me guardan cierta estima. Y aunque soy enemiga de todo bicho viviente con bata blanca, sea médico o veterinario, no me quedó otro remedio que claudicar. Principalmente por Olivia, y también por mi alocada amiga Maika, mis seres más queridos.
Y, claro, por mí.
Me diagnosticaron agorafobia, un trastorno de ansiedad con cuadros de pánico. Miedo a los espacios abiertos, a mezclarme con mucha gente, a los tumultos, a las colas, a salir sola y que me sobreviniera un ataque de pánico con el consiguiente embarazo que me suponía huír de una situación comprometida… En definitiva, temor a salir de casa, único lugar en el que me siento segura.
Han pasado tres años más desde que sufrí el primer amago de este mal, que no sé cómo ni por qué comenzó; tampoco por qué ha tenido que ocurrirme a mí. Llevo tres años en tratamiento y, aunque voy mejorando, todavía me angustia la sola idea de abandonar el fuerte. El hecho de contar esta historia ha sido una terapia que me he impuesto a mi misma… Quería indagar, rebuscar en mi interior, tratar de averiguar cuál fue el principio. No sé si he conseguido mi propósito. Sólo sé que hace treinta años tuve un sueño que, quizá, se convirtió en obsesión con el tiempo, que los sueños cumplidos tienen un precio, nada es gratis en esta vida. Lo que nunca imaginé es que mi sueño dorado iba a convertirse en pesadilla.
Mi casa, mi cárcel.
Pero no todo el mundo obtiene aquello que anhela y yo lo he hecho. ¿Significa eso que ya no me resta nada más por hacer o debo estar agradecida a la providencia, después de todo? ¿Tengo derecho a seguir soñando? ¿Me atreveré?
En este momento, en mis circunstancias, con medio siglo vivido a mis espaldas, lo único que me provoca es parafrasear a quien dijo:
“Ten cuidado con lo que deseas, tal vez lo consigas”.
FIN
FIN
Qué bonito guapa, escribes muy bien!!!
ResponderEliminarBesitos y espero hayas pasado una buena Semana Santa.
Gracias a ti por volver a leer esta historia y dejar siempre tu huella.
EliminarLa Semana Santa bastante bien, sin excesos jaja. Espero que tú también la hayas disfrutado.
Besos
Un final genial para una historia que me ha tenido enganchada durante varias semanas :) ¿Puede provocar una casa agarofobia? Algo raro tiene esa casa, porque antes de tenerla la protagonista no tenía ningún problema de esos. Me ha gustado mucho tu manera de terminarla. Los mejores sueños pueden ser nuestras peores pesadillas.
ResponderEliminarBesos!
Hola Laura, no creo que una casa pueda provocar agorafobia. A veces las cosas suceden porque han de suceder, aunque parezca que están ligadas a un hecho o lugar en concreto. Quizá fue la propia ansiedad de Estefanía, el camino que tuvo que recorrer para alcanzar su sueño, lo que la llevó a enfermar una vez conseguido, No lo sé, tendré que analizarlo ;)
EliminarGracias por estar aquí en cada entrega, me ha gustado contar con tu compañía. Besos!!
Hola Nena... la mente sigue siendo una muy fiel compañera de Estefanía hasta el final ;-)
ResponderEliminarNo entiendo cómo pude decir alguna vez que no me gustó este relato... me ha encantado releerlo
No creo que Estefanía deseara nada raro o malo... creo que la enfermedad no es consecuencia de haber conseguido la casa... es algo que le tenía que ocurrir y ocurrió
Pienso que has dejado un final abierto... y entonces prefiero imaginar a Estefanía restablecida y con nuevos sueños
Me he reído con los pisotones que le propinó a Juan... y con los platos con escasa comida... pero muy bien presentados
Felicidades, Nena... Me ha gustado mucho, te pongo un 10
Besos
Hola Mela, usted sabrá qué leyó entonces y qué ha leído ahora, yo no puedo responder a su pregunta ;) Me alegra mucho que está vez -le haya gustado, no- lo siguiente.
EliminarYo también creo que lo que le ha sucedido a Estefanía tenía que sucederle... Con reservas. Como le he dicho a Laura, puede ser una consecuencia o producto de la ansiedad. Quizá ahora sienta una especie de psicosis y piense que va a perder lo que tanto le ha costado (en todos los sentidos) conseguir... No soy psiquiatra y la mente es un laberinto con muchos recovecos.
También me alegra saber que te has reído con varios episodios de este relato (ya ves que he abandonado el usted, pero no te he degradado jajaja)
Un diez es la perfección, Mela, y ya sabes lo que se dice de ella... Pero me lo llevo por si alguien intenta robármelo y además te lo agradezco.
Besossssss
Pues ya está! Hemos llegado al final y tengo que decir que lo he disfrutado mucho. Parece que la casa sí que estuvo a punto de fagocitar a Estefanía. Pienso lo mismo que Mela, ese final abierto nos da pie a imaginar a una Estefanía restablecida.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho ese detalle de "El Lago de los Cisnes" como melodía de llamada. Siempre he pensado que si quieres llegar a odiar tu canción favorita sólo tienes que ponerla como tono de llamada en el teléfono.
Para terminar, me quedo con esa frase final, una de mis predilectas de siempre.
Te felicito por tu narrativa tan cercana.
Te sigo leyendo, un abrazo!
Hola Mr M! ¡Ayyyyy que casi aciertas! Y puede que de alguna manera hayas acertado.
EliminarEs verdad, es un final en el que cada cual puede imaginar, desde lo más light, a lo más retorcido, lo dejo a gusto de cada lector.
¿Si? Jajajaja no lo había pensado, pero no te quito la razón, sobre todo cuando suena el teléfono para dar por saco. Y si lo hace con frecuencia, ni te digo. No pasa nada, la cambiamos y creamos nuevos odios jajaja
Una de mis frases preferidas también.
Muchas gracias Mr, ha sido todo un placer recibirte cada semana.
Un abrazo
¡Hola! Me acabo de leer la historia de un tirón, y está muy bien. Me ha gustado sobre todo el sentido del humor de la protagonista, y ese tono irónico que tiene todo el relato.
ResponderEliminarY, vaya que si, los sueños a veces pueden convertirse en nuestras peores pesadillas. Quizá la clave esté en conseguir los sueños "a medias", para poder seguir deseando cosas, que es en el fondo lo que nos incita a seguir viviendo.
Seguiré leyéndote :-D.
Hola Marsar, bienvenida!! Me alegra saber que has leído el relato completo y que te ha gustado. Sí, es un relato que, a pesar de la carga emocional y su final, tiene su parte irónica y dosis de sentido del humor que hizo que fuera muy agradable escribirlo, porque a ratos me reía yo sola.
EliminarPuede que tengas razón y la clave para vivir es ser medianamente feliz y no cumplir los sueños de golpe. Aunque éste era el sueño más preciado de la protagonista, su tiempo le costó lograrlo y en absoluto fue gratuito en ningún aspecto. Yo no sé si es que la vida, a veces, es demasiado injusta y se cobra más de lo que le corresponde.
Un beso
Y finalmente se descubrió un muro invisible que sin existir delimita la vida de quien tanto deseó ese hogar, en serio que ya en su día me encantó tu historia, y esta vez, al leerla de nuevo, me ha gustado mucho aunque ya supiera el final.
ResponderEliminarAl igual que hay libros que nos gusta leer en más de una ocasión, este relato tuyo es también una muy buena historia para disfrutarla como yo, una vez más.
Besos!
Hola FG, pues es un gusto saber que al releer la historia te ha sabido igual de bien que la primera vez. Pienso que leerla del tirón es lo mejor, puesto que no es un relato excesivamente largo, pero como Mela me ha dicho alguna vez, no recuerdo si aquí o en privado, hacerlo por capítulos ofrece la posibilidad de prestar más atención a los detalles. En todo caso, a mi me ha gustado volver a publicar esta historia año y medio después, que la hayan seguido nuevos lectores y que quienes la leyeron por segunda vez hayan disfrutado.
EliminarBesos !!
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ResponderEliminar¡¡¡¡Mil diablos, borré el comentario por errooooor!!!! Pero ya me paso por tu blog a recoger el mimo. ¡¡¡gracias!!!
EliminarUn beso
Hola Nena al igual que Mela yo también te pongo un 10
ResponderEliminarA pesar de que ni por asomo me habia podido imaginar dicho final, la verdad que sorprende muchisimo sentirse prisionera una un su propio hogar, a mitad de la lectura estaba esperando encontrar remedio para dicha causa, a mi esposo tampoco le gustan la masificaciones y ya pensaba encontrar solución al tema, jijiji
Te felicito y me encanta ese excelente humor que dejas reflejado en cada renglón.
Eres una verdadera artistaaaa!!!!
Besitos y feliz semana
Hola Pilar, al igual que a Mela, tengo que decirte que un 10 es la perfección y seguro que este relato no lo es, como nada en este mundo, pero se agradece cifra tan redonda jajaja.
EliminarA veces la enfermedades aparecen de la mañana a la noche y las mentales son las más incomprensibles.
Bueno, a mi tampoco me entusiasman las multitudes ni las colas, pero eso creo que entra dentro de lo "normal", así que estoy segura de que lo de tu esposo no reviste gravedad jejejeje.
Me alegra que te haya gustado mi humor, pelin retorcido, y te agradezco que me hayas leído de principio a fin. Ha sido un placer contar con tu opinión.
Muchos besos y feliz semana también para ti.
Me gustó mucho, más por ese sabor agridulce que te deja en la boca al ponerte a pensar en que lo que uno tanto desea, de conseguirlo, pueda cambiarte la vida, y no para bien... Aunque cabría preguntarse si a la protagonista del cuento no le guste estar todo el día en su casa, encerrada, sin querer salir de ella. ¿Y si en el fondo es lo que buscaba? ¿Por qué no podría ser feliz alguien que desea algo al disfrutarlo las 24 horas al día? ¿Y si su sueño era tener la casa, y ser prisionera de ella?
ResponderEliminarBesos!
La historia entera tiene un sabor agridulce, al menos es lo que traté de plasmar, pero es bien cierto que al final, uno se queda pensando que el sueño le costó caro en varios aspectos.
EliminarCabría preguntarse lo que tú planteas, si no fuera porque salir de casa la enferma y, como consecuencia, lo teme. ¿Tú crees que a alguien le gusta sentirse prisionero y con temor? Yo pienso que eso no es sano.
Me alegra saber que te ha gustado y te doy las gracias por haberme acompañado estas siete semanas y dejado tus impresiones.
Besos!!!
Nena, sacando el temor a salir, creo que hay gente a la que le gusta mucho estar encerrada en su casa; esa situación suele darle seguridad, y se sienten muy bien. Unos podrían llegar a aburrirse, pero otros no tanto... ¡hay para todos!
EliminarBesos amiga!
Siempre y cuando no tenga un tinte patológico, estoy de acuerdo contigo. Hay personas que son muy "caseras" como decimos por aquí, que les gusta pasar más tiempo en casa disfrutando de sus aficiones, leyendo, escribiendo, viendo cine con amigos, a salir de fiesta; en eso no veo problema. Como bien dices, hay gustos para todo.
EliminarBesos Juanh!!