La Casa de Mis Sueños, por Ana Sefern
3ª Parte
Me marché sí, cualquier cosa antes que seguir escuchando los gritos de mi yo racional y descarnado. Pero volví al día siguiente, y al otro, así hasta el fin del verano. Era como si un imán me atrajera, como si esperara… Como si esperara ¿qué? No lo sabía. Lo que sí sabía es que, a menos que me tocara la lotería o heredase de una anciana tía desconocida y podrida de dinero, nunca podría comprar aquella casa que, además, ni siquiera estaba en venta.
Por entonces sólo tenía veinte años, sin familia allegada, pocas amistades pero de las que perduran. Era una cría con muchas inseguridades para según qué cosas y con las ideas muy claras y rotundas para otras, consecuencia de la edad por un lado y de mi prematura madurez al quedar sola tan pronto, por otro. Podía ser una soñadora y al tiempo no despegar los pies del suelo, sentir pasión por lo que me gustaba y a la vez frenar mis ímpetus “porque nada es perfecto, porque tenía terror al fracaso, al éxito, porque desconocía qué iba a ser mi vida… porque no sabía lo que quería, porque cuando quise no pudo ser”.
Los diez años siguientes dieron para mucho: me casé, tuve una hija, me divorcié, seguí criando a mi hija, escribía historias en mis ratos libres... Nada consiguió hacerme olvidar la casa de mis sueños. Cada verano la visitaba desde el otro lado de la verja, sentía su abandono y lo lamentaba profundamente, porque estaba segura de que yo hubiera sido feliz allí.
Otros diez años más: una hija criada, (aunque los hijos nunca terminan de estar criados hasta que no forman su propia familia o se ven obligados a bregar con la vida). Una década con sus inviernos de ciudad y sus veranos en la casita de campo. Invariablemente, sin fallar uno. Y como cada verano durante esos veinte años, fiel a la cita con la casa de mis sueños.
No había cambiado ni a mejor ni a peor, y eso que veinte años son muchos años para causar estragos. Sin embargo, allí seguía, firme, expectante. Nunca la conocí habitada, creo que eso me hubiera provocado una gran depresión, ¡qué absurda! Continuaba allí, a mis ojos, como aquél primer atardecer tanto tiempo atrás. ¿A quién pertenecería que ignoraba una posesión tan preciosa? Es extraño, jamás indagué al respecto pese a que me lo había preguntado en infinidad de ocasiones. Tal vez prefiriera pensar que no tenía dueño, que simplemente estaba, que seguía allí para mí y así sería siempre… esperando a que me decidiera, a que diera el primer paso.
“Pregunta, mujer, parecía animarme desde su imponente posición―. ¿Qué tienes que perder?”
“La ilusión”.
“No pienses eso, quien no se arriesga no gana”
“Lo sé”.
“¿Entonces?”
“Si quisieran venderte pondrían un letrero y un número de teléfono, ¿no te parece?”
“Sí, probablemente. ¡Es que hace tanto que me siento sola! Las casas se construyen para ser habitadas. ¿Qué tengo yo de malo?”
“No lo sé. Para mi nada, te lo aseguro”.
“No lo sé. Para mi nada, te lo aseguro”.
Y así dejé pasar cinco años más. ¡Dios, tenía cuarenta y cinco ya! Era una mujer madura con las mismas inconscientes fantasías de una chiquilla, en pugna con las convicciones de una prematura anciana desencantada que no se cansaba de recordarme que los sueños, sueños son. ¿Cómo me había ocurrido eso a mí?
“Como le ocurre al 99% de la humanidad, el resto son unos ilusos, no aprenden, sólo cumplen años”, determinó esa parte puñetera de mí misma.
“No estoy de acuerdo. Aprender no es perder todo aquello por lo que merece la pena vivir. Los sueños, la esperanza y la ilusión es lo que nos mantiene vivos, lo que nos mueve a investigar a crear, a mejorar. Las experiencias, buenas o malas, nos aportan sabiduría y prudencia y eso es bueno”.
“En ese caso, ¿por qué te lamentas?”
“No me lamentaba, me sorprendía; no creí que yo fuera a envejecer. Sabía que ocurriría, pero no terminaba de creerlo”.
“La realidad te abofetea cuando menos lo esperas, c´est la vie”.
“¡Ah, cállate, no pienses que lo sabes todo y no seas tan asquerosamente presuntuosa porque no siempre tienes razón”.
“Lalalalala…”
Ese mismo año, el de mis cuarenta y cinco, el verano había comenzado como de costumbre. Casi había entrado en tromba. El suave calorcillo que se agradece, los días que se alargan, el despertar de la naturaleza, de los colores brillantes, de las lluvias breves y repentinas, tan solo habían supuesto un fugaz paréntesis entre el invierno y el verano. ¿Primavera? ¿Qué es eso? Desde luego, no los tres meses que dicta el calendario. De hecho, fue una primavera seca donde los incendios forestales devastaron sin piedad preciadas hectáreas boscosas.
“Demasiado pronto, ¿qué nos espera cuando apriete el calor en serio?”
Mi hija, de flamantes veintitrés años, había planeado un viaje de fin de semana con su novio de entonces y esperé a verles partir. Todavía no se había independizado y mucho me temía que la cosa iba para largo, pues continuaba estudiando, los alquileres estaban por las nubes y el trabajo bien remunerado escaseaba. No lo sentía por mí ─Olivia era una buena chica, no me daba grandes preocupaciones─ sino por ella que ansiaba volar, despegarse un poco de la tutela de mamá. Y eso que nunca fui una madre clueca.
“Ley de vida”, diría mi yo parlanchín.
En este caso estaríamos de acuerdo.
Al día siguiente acarreé los bártulos y salí para mi casita anhelando lo que cualquiera que vive habitualmente en un bloque de pisos en la ciudad, por pequeña que ésta sea: huir de la rutina, respirar aire puro, hacer de su capa un sayo.
La casa no era grande, no obstante, después de un año cerrada existían ciertos rituales que no se podían obviar y que yo, con esa ansiedad que a veces me caracteriza, pretendía resolver el primer día, por lo que, a su fin, acababa baldada, tan agotada que sólo veía el momento de acostarme, aunque sabía que el sueño tardaría en llegar, si llegaba, y que el nuevo día amanecería con los rescoldos del exceso.
La mañana todavía era fresca y silenciosa cuando me senté en el escalón del porche para desayunar. Era la mejor hora del día, cuando los pájaros inician tímidamente sus melódicos trinos, el sol asoma como pidiendo disculpas y los sonidos cotidianos todavía ni se han desperezado. Me lo tomé con tranquilidad, disfrutando del temprano desayuno y del entorno calmo.
El primer día siempre me parecía un poco raro, allí las rutinas eran distintas, también los horarios, no había necesidad de cumplirlos, ni siquiera de tenerlos, si bien las personas somos animales de costumbre y acabamos sintiéndonos más cómodos en un “caos organizado”.
El primer día siempre me parecía un poco raro, allí las rutinas eran distintas, también los horarios, no había necesidad de cumplirlos, ni siquiera de tenerlos, si bien las personas somos animales de costumbre y acabamos sintiéndonos más cómodos en un “caos organizado”.
Seguí aprovechándome del frescor matinal regando las plantas, sacando al porche la mesa y las sillas que dormían en el garaje durante el invierno, la tumbona, por si me apetecía tomar el sol, cosa que dudaba seriamente. Hacía tiempo que echarme sobre una hamaca para ir dándome la vuelta como un pollo con un hierro atravesado de cuello a culo, me resultaba tedioso y agobiante. Y no te digo embadurnarme de crema ─factor de protección 50 por aquello de la deteriorada capa de ozono─ cada vez que me refrescaba en la ducha. A fin de cuentas, no tenía más que ponerme a trabajar un poco al sol cada día y acabaría negra como el tizón; mi melanina es abundante y de excelente calidad.
A media mañana el sol abrasaba. Desde los troncos de los árboles las chicharras entonaban su canción ronca frotando frenéticamente sus alas parduscas. Me gustaba oírlas, si bien cuando callaban, el silencio era una bendición.
Con aquél aire caliente ya no apetecía estar afuera. Decidí aprovechar para escribir un rato hasta la hora de comer. Después, esperaba la visita de mi amiga Maika que, ella sí, se tumbaría al sol con una copa de vino en la mano, un pitillo en la otra, y se tostaría uniformemente mientras despellejaba a su marido ausente. Juraba y perjuraba que no terminarían la vida juntos, pero yo sabía que todavía le amaba, aún con su gran puñado de defectos que sólo una santa podía deglutir y digerir. Y quizá fuera cierto y no se cumpliera el “hasta que la muerte nos separe”, pero no sería por decisión de mi buena amiga.
Continuará...
Me ha gustado especialmente este capítulo pues me he sentido identificada en varias cosas :) También me ha gustado el cambio de la rutina de la protagonista y el inicio de las vacaciones en la casita, a ver que pasa con la casa de sus sueños :)
ResponderEliminarBesos Nena!
Hola Laura,
Eliminarme alegra saber que has encontrado situaciones con las que identificarte y que vas adentrándote en la historia.
Han pasado los años y habrá novedades con su casa soñada, eso te lo garantizo.
Muchos besos!!!
Llego de leer todas las entregas y me quedo con la intriga del continuará... esperaremos al desenlace.
ResponderEliminarBesos de gofio.
Hola Gloria,
Eliminardeseo que te guste la historia y me gusta que andes un poquito intrigada. Este es un relato corto, así que el desenlace no tardará demasiado.
Un beso!!
Excelente capítulo! Veremos a ver por donde sigue. Me ha gustado mucho lo rápido que te metes en escena; sin entretenerte en obviedades directa, limpia sincera. La prota tiene sus aspiraciones, que me parecen muy respetables. Una casa llama su atención desde hace ya décadas, la conseguirá? Interesante Nena Kosta, me has enganchado hoy. Lo malo es que siendo sincero contigo, a menudo me pierdo las continuaciones. sobre todo en este mundo poblado de blogs, el tiempo me sobrepasa, pero yo quiero leerlo todo, y sobre todo, de aquellos colegas como tú que voy conociendo cada día un poquito más.
ResponderEliminarRespecto a mí, mis disculpas si no he pasado antes, pero he estado con una gripe fatal. Entre mañana y pasado espero subir un nuevo post incendiario jajaja. No será tanto...
besos.
Un abrazo.
Hola m Dos josef,
Eliminara ver si sigues enganchado hasta el final que, como en todo relato corto, no ha de tardar en llegar.
Entiendo que cuando seguimos muchos blogs y nos siguen a nosotros queremos corresponder a todo el mundo en igual medida, (al menos esa es mi forma de moverme) pero nos perdemos por el camino, porque todo lleva su tiempo. Precisamente me estoy tomando una especie de respiro en este sentido con mis otros blogs. He optado por cerrar comentarios (aunque son lo mejor de este mundillo) Por el momento me es imposible corresponder a todos como es debido y no me parecía justo recibirlos sin aportar mi granito de arena en los blogs de mis compañer@s.
Espero que ya estés totalmente recuperado de tu gripe, yo también he pasado recientemente por una que me dejó para el arrastre. Y espero leer ese nuevo post incendiaro... Ya veré si será tanto jajaja.
Un beso!
Ire despacito....me gusta...te mando un saludo desde Murcia....
ResponderEliminarNo hay prisa, a tu ritmo.
EliminarUn saludo desde Castellón.
Me gusta tanto como la primera vez.
ResponderEliminarBesitos guapetona.
Eso es bueno, y me alegra un montón.
EliminarMuchos besitos H.
Muy bueno este capítulo. Hay dos cosas que me han gustado especialmente. Una es la descripción de la rutina de la protagonista. Creo que la convierte en alguien real y alguna de sus sensaciones que me han traído recuerdos de mi propia niñez, cuando veraneaba en un lugar parecido. La otra cosa que me ha gustado es la sencillez con la que, en unos pocos renglones, se narran veinte años de su vida. Información breve, concisa y aclaradora sobre la personalidad de la mujer.
ResponderEliminarDestacar algo que me ha hecho gracia. Ya no sólo habla consigo misma, habla también con la casa.
Seguiré atento.
Un abrazo.
Gracias Mr, me alegro que te haya gustado.
EliminarAsí es, esta mujer tiene una capacidad de conversación muy poderosa ;) Nadie se le resiste.
Hasta el próximo capitulo pues.
Un abrazo
Hola Nena... han pasado muchos años... pero sigue con su sueño adelante
ResponderEliminarTodos los días, durante el verano, acude a ver la casa... y la casa ya la ha animado a comprarla ;-)
Creo que la protagonista no ha tenido una vida fácil... con solo 20 años y sin familia allegada... posteriormente, se casó y se divorció
Tiene una hija, Olivia... y una amiga, Maika... veremos qué tal son
La primera hora del día también me parece maravillosa
Me ha encantado el capítulo... mi enhorabuena
Besos
Hola Mela, espero que lo hayas pasado estupendamente en la semana de fiestas y vuelvas con energía.
EliminarSí, ella no olvida y la casa "parece saberlo" :)
No debe ser fácil quedarse sin familia con tan solo 20 años, formar una propia y fracasar... en parte.
Conocerás de Maika en la cuarta parte y a Olivia un poquito después.
El despertar de un nuevo día en el campo, si le prestas atención, quiero decir, si no lo pasas durmiendo, jeje, es maravilloso.
Gracias, me alegra que sea así.
Besos
Las fiestas siempre van bien... pero hasta el martes no vuelvo... esto ha sido una pequeña escapada ;-)
EliminarAh, entonces aprovecha bien lo que queda ;););) y gracias por escaparte hasta mi tren.
Eliminar¡Vamos, ¡entra a la casa! ¡Pregunta por los dueños! Que yo ya quiero saber de que se trata...
ResponderEliminarBesos!
Hola Juanh, ¿y si no entrara nunca ;) ?
EliminarPodría decirte que sí o que no, pero no voy a hacerlo, claro. Sólo que, por ahora, entrar en la casa es imposible, tendrá que conformarse con llamar a ese número de teléfono, si se decide, o seguir soñando eternamente.
Pero te garantizo que, si continúas leyendo hasta el final, tu curiosidad va a quedar absolutamente saciada.
Un beso
que bien describes la vida del personaje. a mi eso siempre se me ha dado mal
ResponderEliminarA mi me fastidian más los diálogos, la narración-descripción me gusta, quizá eso traspase al lector.
EliminarGracias por tu comentario.