Lo que mal empieza... acaba peor

Imagen de Pol Ledent

Mientras dejaba caer la lluvia sobre toda su persona, despatarrada sentada en la acera por culpa de un resbalón que hizo saltar uno de los tacones de sus recién estrenados zapatos baratos, pensó que el día había empezado torcido; declaradamente torcido y dispuesto a hundirla en la miseria a la que, dicho sea de paso como nota informativa, ya la unía una tibia amistad. 
Conclusión: buscar trabajo, además de inútil, es peligroso.

Tan avergonzada como contrariada, se incorporó con dificultad. Por suerte, la calle no era más que un callejón de mala muerte y nadie había visto cómo su trasero respingón besaba el suelo con aparatosa violencia. Un suelo asqueroso, dicho sea de paso, nada bueno podía cocerse entre tanta mugre. ¿En qué diablos estaba pensando para meterse allí? Mejor largarse cuanto antes. Además, ¿con qué cara se presentaba ahora a una entrevista?  ¿Quería dar pena´, o risa? 
No llovía cuando salió del apartamento. Nadie, ni hombre ni mujer del tiempo, la previno. ¡Malditos incompetentes con trabajo!

Recobrada una tercera parte de su compostura fue a guarecerse bajo un saliente. Levantó con recelo la mirada y vio que se trataba de un balcón medio carcomido que acaso estuviera esperándola, justamente a ella, para desmoronarse sobre su cabeza y rematar la mañana; con la suerte que tenía no sería de extrañar. Enfrente vio un pequeño portal con la puerta entreabierta y mudó de posición correteando encorvada cual vulgar ladrona. Al acercarse también vio la placa. FOTÓGRAFO. 
Bien. Placa era un nombre harto generoso para aquél letrero plastificado adherido a otro antiguo con precinto gris. La palabra "fotógrafo" estaba escrita con rotulador negro. Demasiado cutre.
Lo mismo que cualquiera pensaría de ella cuando anunciara con el pelo chorreante, el maquillaje corrido y los zapatos arruinados que era modelo. Jajajaja ¡MODEEELO! ¿De qué, señorita, de desechos no reciclables? 
Lo mejor era regresar a su apartamento e intentar recomponer el desaguisado. Volvería por la tarde, o al día siguiente. Quizá nunca, el lugar no le inspiraba confianza de todas formas. 
¡Maldición! Necesitaba el trabajo tanto como respirar,  ya debía tres meses de alquiler! La casera no paraba de llamarla, airada, por no decir manifiestamente grosera. Claro que como en cualquier momento le iban a cortar el teléfono, la mala pécora enmudecería para los restos.
   "¡Como si eso  fuera a acabar con el problema! Se plantará delante de la puerta con su puta cara de vinagre. Lo mismo se trae al calzonazos que tiene por hijo para que me saque de la casa a patadas, que la tipa no se anda con chiquitas."
Le rugieron las tripas enérgicamente, indignadas ante el vacío estomacal. Dos vasos de agua como desayuno no iban a distraerlas fácilmente. 
Sí, mejor sería que volviera otro día. Malas pintas y unas tripas maleducadas aullando que tenían hambre no eran la más brillante carta de presentación que podía ofrecer.
La puerta de hierro con la pintura negra descascarillada se abrió totalmente a sus espaldas haciéndola dar un respingo. Un intenso olor a colonia que parecía salido de una cloaca con aires de grandeza, mezclado con un fuerte aroma a tabaco rancio, ascendió sin pedir permiso por su nariz. Ella, avergonzada de su propio aspecto, evitó volverse a mirar al propietario de tan gloriosos efluvios. 
Hasta que sintió cómo una garra férrea se apoderaba de su brazo derecho y tiraba de ella hacia el interior del portal. 
Y entonces, claro, ya era demasiado tarde.
                                                                     Ana Sefern