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domingo, 10 de febrero de 2013

ECOS DE PASADO (segunda parte) (1)

                                             2ª PARTE
ECOS DEL PASADO en un relato que consta de dos partes. La primera se titula "BREVES ANOTACIONES DE MAGDALENA YÉLAMOS" y la segunda "LA CAZA". 
Cada parte está dividida, a su vez, en varias entregas (1) (2) (3)...

Esta es la primera entrega de la parte segunda.

                                          (1)




LA CAZA
OCTUBRE, 16 DE 1.873


Para Ramo Yélamos, “señor de la casa grande”, la temporada de caza nunca se había cerrado. No era hombre de leyes o reglas, a menos que estas fueran impuestas por él mismo.
En cambio, la gente de la zona solía respetar las épocas vedadas y esperaban, expectantes, aquellas fechas. Ya un mes antes, los varones se ocupaban con escrupulosidad de poner a punto sus armas. Las mujeres intercambiaban recetas y discutían cuál era la mejor manera de conservar la caza para que les durara más tiempo. En la taberna no existía otro tema de conversación que no tuviera que ver con escopetas, perros y presas.
A los jóvenes les gustaba alardear entre ellos y presumir frente a las mozas. Desde niños aguardaban con impaciencia el momento en que sus progenitores les reclamarían en una partida. Al principio tan solo iban como aprendices atentos y aplicados; era el primer paso, no obstante, todos ansiaban que llegara la hora en que les permitieran disparar un arma.
Yélamos estiró levemente una de las comisuras de sus labios en lo que, en un rostro común, cualquiera detectaría como sonrisa de desprecio, pero que en su cara de facciones anormales parecía una mueca infame. Calculó que tanto ímpetu juvenil podía ser el mejor de los aliados para sus propios fines.
Porque aquél chico, Elías, el hijo de uno de esos pueblerinos analfabetos que andaba persiguiendo a Magdalena como un perro en celo, debía rondar los diecisiete o dieciocho años y, a buen seguro, acompañaba a su padre en las cacerías.
Le tenía atravesado entre ceja y ceja. ¡Nadie burlaba a Ramo Yélamos, nadie discutía sus órdenes! Menos todavía osaba desobedecerlas. Y sobre todo, nadie, ¡nadie! ponía las manos sobre sus posesiones. Magdalena era SU hija y sólo a él le correspondía decidir qué le convenía y qué no le convenía. No iba a tolerar que un destripaterrones cualquiera le llenara la cabeza con romanticismos baratos, mucho menos que le pusiera un dedo encima a esa ramerilla.
Yélamos esbozó una nueva mueca, los ojos de lagarto brillaron de resentimiento al pensar en su díscola hija. Gruñó un insulto entre dientes dedicado a ella. ¡Camino iba de convertirse en una auténtica mujerzuela! Le contrariaba, le desafiaba descaradamente viéndose a escondidas con aquél palurdo para revolcarse con él, ¡la muy puta!  No continuaría pasándolo por alto. Ya no. Tal vez le costara un poco más de tiempo que con la madre, pero lograría que aquella zorra desvergonzada se volviera tan complaciente como ella.
Para empezar, zanjaría esa ridícula historia juvenil que había durado más de la cuenta. Con un poco de fortuna el asunto quedaría solucionado el primer día de batida. Los accidentes de caza no tenían nada de extraño. Contaba con aliados tan notables como el afán inexperto de cobrar la primera pieza, una zona de maniobra  que él conocía como la palma de su mano, mucha gente con escopetas agazapada entre el follaje… Todo estaba a su favor.
Al alba abandonó furtivamente la casa pertrechado para su particular cacería, aún ni los criados habían iniciado sus tareas rutinarias.
El día era oscuro y frío, solía serlo siempre en esa época. Observó el cielo ceniciento y lo maldijo masticando las palabras. Por su aspecto poco luminoso y los jirones de nubes moviéndose rápido a impulsos de un airecillo afilado, se diría que no iba a brillar el sol. Le desagradaba profundamente aquél tiempo crudo, tanto, que evitaba en la medida de lo posible salir de casa. Recordaba sus años de viajes a lugares exóticos, más cálidos, con verdadera nostalgia. Su actual estado de salud y deterioro físico los habían relegado a un pretérito remoto y añadido a su carácter maquiavélico una nota más de resentimiento.
Con todo, no pensaba posponer sus planes. A veces había que sacrificar las pequeñas comodidades de la vida en favor de un beneficio más provechoso. El hijo del pueblerino podía ser joven, agraciado, insultantemente sano y fuerte, aún así, no viviría lo suficiente para robarle a su hija.
Escogió senderos estrechos poco frecuentados, tenía intención de pasar desapercibido; no debía saberse que había salido de la casa aquella mañana. No confiaba en nadie más que en sí mismo, así era como le había ido bien en la vida. En el presente podía fallarle el cuerpo, pero su cerebro continuaba tan lúcido como de costumbre.
Escuchó voces a su derecha. Se detuvo atento, aunque no movió la cabeza, tan solo los negros iris de sus ojos se deslizaron sibilinamente en dirección al sonido, casi ocultos por los párpados. Con su estampa rechoncha y ladeada, entre árboles y maleza, tenía todo el aspecto de un chimpancé vestido de forma grotesca, aún siendo sus perversas intenciones y su sangre fría las propias de un Lucifer gallardo y soberbio.
Las voces sonaban lejanas, quizá debiera aproximarse a ellas con cautela, camuflarse entre la vegetación, confiar en que la suerte le traería la presa que andaba buscando. Si se movía de un lado a otro, alguno de los lugareños podía toparse con él. Maldijo una vez más sus impedimentos físicos. En plenas facultades hubiera trepado a un árbol sin pensarlo; en la actualidad, esa era una opción que no cabía contemplar.
Así pues, se ocultó tras el tronco grueso de un viejo castaño en una zona en que los árboles estaban muy juntos y abundaban los arbustos.
Los ladridos de los perros fueron haciéndose más sonoros. Si le olieron lo pasaron por alto, atentos a las órdenes que recibían de sus amos y a las presas que debían cobrarse de entre la espesura. A Yélamos no le gustaban los perros, no quería perros, no necesitaba perros, le bastaba y sobraba con su propio olfato.
Yélamos reconoció a dos o tres cazadores. Aunque no se relacionaba con la gente del pueblo, les había visto por la taberna en alguna de las contadas ocasiones que había cruzado su puerta, para reponer fuerzas después de un viaje a caballo.
Al detectar a Asunción, padre de Elías, su corazón se aceleró sutilmente. Era un hombre alto y enjuto a quien el joven Elías se parecía, salvando la diferencia de treinta años que existía entre ambos. Asunción se movía despacio seguido de su perro, un mestizo de pelaje castaño. Yélamos les vigiló atentamente hasta convencerse de que el hijo no andaba cerca. Quizá había salido solo, acaso con alguno de sus amigos de parranda.
                                                     Continuará...                                                                           

10 comentarios:

  1. Muy buenos días tengas, Nena.
    Ramo Yélamos es un "señor" muy poco señor.
    En fin, es un monstruo y actúa y piensa como tal. Eso está claro.
    Quiere matar a Elías fingiendo un accidente... horror de los horrores.
    Encima piensa que la hija es una "ramerilla", será porque viene de ramo.
    La expresión "ojos de lagarto" me la he imaginado y me ha dado horror.
    Solo espero que no se salga con la suya porque... ¡menudo desastre!
    Un capítulo muy bien escrito y muy interesante.
    Y esto es todo, espero que no me salga la Paca Umbrala, ya me entiendes.
    Un beso de domingo

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    1. Buenos días tengamos ambas, Mela.
      No te va a salir la Paka Umbrala que se esconde en mí (Yo es que la prefiero con K, debo tener algo con esa letra)porque estoy completamente de acuerdo contigo. Es muy poco señor y cosas peores. Me he reído con lo de que "ramerilla" viene de Ramo, jajaja ¡Anda que llamarse Ramo el tío! ¿Ramo de qué? ¡Elige!
      Me alegra que te haya parecido interesante esta sexta entrega, espero que la historia te siga pareciendo igual de interesante, o más, hasta su fin. En ella acabarás de conocer al hombre de los ojos de lagarto e intenciones aviesas. Veremos si se sale con la suya... o el tiro le sale por la culata (nunca mejor dicho)
      Un beso de domingo mañanero.

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  2. Ay señor!! Ya me has encogido el corazón, solo pensar en las malvadas y perversas intenciones de Yélamos ya me está dando algo, cómo puede existir (que las hay) persona tan vil y retorcida, tan ruín y cruel. Espero que hoy a Elías le haya dado un retortijón tal que no salga de su casa... jajajajaja

    Besos!!!

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    1. Hola, FG! ¿Se te ha encogido el corazón? No es para menos. Sí, nos preguntamos cómo puede existir alguien así, un padre, nada menos. Pero es que en la vida tiene que haber de todo, aunque hay vidas que no sé si debieran ser.
      Si a Elías le ha dado un retortijón, jajaja, lo sabremos en breve. Desde luego, mejor sería.
      Besos!!!

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  3. El tío este muy malo y ya tengo ganas de que reciba su merecido y su hija y su mujer puedan vivir en paz, aunque parece que la pobre esposa ya está totalmente desahuciada.
    Aix, que nervios, ahora a esperarme....
    Un beso Nena.

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    1. Buen domingo, Lidia!
      ¿Tú crees que cada cual tiene lo que se merece? Si lo crees, es posible que Yélamos reciba jarabe de palo y si no lo crees del todo, entonces puede ser que sea Elías quien lo reciba. Alurka, madre de Magdalena, vive encerrada en su propio y terrible mundo, es verdad. Quién sabe si logrará salir de él, la mente es demasiado complicada.
      Un beso, maja.

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  4. ¡Bienvenido y buena lectura!

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  5. Está interesantísimo. Menudo señor nos has puesto.. le estas dando muchísima fuerza a la historia.
    Esta semana me pienso venir y darle una leída del tirón que lo merece
    Besos

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    1. Un señor despreciable y retorcido en todos los aspectos.
      Pásate cuando quieras, tienes un vagón reservado. Yo feliz de que estés interesada en la historia.
      Besos

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