Asomada a la ventana, dejándose bañar por la luz de la luna, cerró los ojos. Sentía así que se integraba mejor con el entorno, notaba vibrar en su interior cada pequeño sonido del campo en esa insomne noche de verano. Los sentía muy adentro, los escuchaba y los respiraba.
La brisa era una casi imperceptible caricia sobre su piel sudorosa y no lograba mitigar la desazón. La noche se conjuraba contra ella con todos sus elementos. La desvelaba, la acercaba a sus pensamientos más recónditos, le removía el espíritu sin compasión. Los sonidos del silencio eran gritos si les prestaba demasiada atención. Y ella lo hacía.
El delicado chasquido de una ramita al quebrarse, dos o tres grillos conversando a distancia, un breve trino adormecido, el clu-clú de algún renacuajo nadando en el sifón de riego, al otro lado del camino. Los árboles parecían quietos, sin embargo, susurraban como si velaran a un enfermo. Un gato deambulaba bajo ellos con su cauto paso almohadillado, pero en aquella quietud, no le pasó desapercibido.
El motor de la nevera, en la cocina, trabajaba a sus espaldas; el tic-tac del reloj de la mesilla marcaba los segundos infatigable. Un coche pasó raudo por la lejana carretera. Se preguntó inconscientemente a dónde iría, aún cuando ni esperaba ni deseaba respuesta.
Su mente empezó a tejer un poema que no concluyó. Inició un segundo. En momentos así siempre le salían los más melancólicos, los que bebían directamente de su yo profundo, aunque los rechazara por sistema. Aunque, invariablemente, sucumbiera a su magnetismo.
No puedo olvidar aquellas notas encadenadas;
siento, todavía, mis latidos de entonces.
Rememoro tus gestos, tu mirada, mis temblores.
No puedo olvidar los olores, tan ricos y dispares.
Los temores.
Recuerdo las ausencias,
los encuentros ya carentes de sentido.
El frío.
No puedo olvidar la herida, la sal vertida,
el nudo que estrangulaba las entrañas,
subía y me ardía en la garganta.
Las lágrimas derramadas, las contenidas.
Me olvidaste,
Me olvidaste,
te olvidé.
Y, a veces, aún te olvido.
Ana Sefern
Hola, Nena... A pesar de que muchos detalles me pasan desapercibidos... me he dado cuenta de que has cambiado tu foto de perfil... Muy guapa, y sigue siendo predominante el color verde
ResponderEliminarMe ha encantado esta publicación
Asomada a la ventana, alguien nos ha narrado muy bien lo que estaba escuchando y sintiendo en una noche de verano... cuando no podía dormir
Sí, el poema es melancólico pero precioso
Yo hubiera dicho... "Y, a veces, todavía te olvido... recordándote"
Besos
Qué juego de palabras tan bonito ese último verso:
ResponderEliminar"Y, a veces, todavía te olvido".
Enhorabuena.
Bellísimos relato y poema.Besicos
ResponderEliminarUy me sacaste un suspiro. A veces cuando terminas con alguien a pesar de todo queda un gramo de nostalgia. Te mando un beso
ResponderEliminarAsomado a la ventana recuerdo que no te olvidé.
ResponderEliminarBso
Este me llego muy adentro Nena, que bello!
ResponderEliminarBs
Qué bonito Nena!!! Me ha encantado.
ResponderEliminarBesitos
Esta muy bien escrito,me ha gustado mucho y tiene mucho sentimiento todas las palabras.Cuando quieres de verdad no te olvidas nunca.Besos.
ResponderEliminarQue hermoso texto. No se puede olvidar realmente ¿Cierto?
ResponderEliminarBendiciones Ana María.
Precioso, la contemplación de esa visión campestre, de madrugada, cuando la imaginación bulle con más facilidad y la melancolía campa a sus anchas... Pasarse por aquí siempre es un regalo.
ResponderEliminarUn beso ;)
Hola! Nostalgia.melancolía. dulzura y muy visceral. Gracias y felicitaciones!!!
ResponderEliminarQue bonito. Gracias por compartirlo. Mucha belleza.
ResponderEliminarUn beso ;)
Aveces nos olvidamos, nos dejamos ir, nos escabullimos...así son las cosas muchas veces...
ResponderEliminarPaz
Isaac
Ay, el amor! alegrías y desencantos, pero aun así, triunfa en los corazones.
ResponderEliminarUn abrazo