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domingo, 3 de marzo de 2013

ECOS DEL PASADO (segunda parte) (4)

2ª PARTE
ECOS DEL PASADO en un relato que consta de dos partes. La primera se titula "BREVES ANOTACIONES DE MAGDALENA YÉLAMOS" y la segunda "LA CAZA". 
Cada parte está dividida, a su vez, en varias entregas (1) (2) (3)...

Esta es la cuarta entrega de la parte segunda.

                                              (4)


LA CAZA
OCTUBRE, 17 DE 1873


Se libró de Elías sin dificultad, sin testigos. La niebla no había espesado, a pesar de que solía ser muy densa por aquella zona. Así pues, el regreso a casa tan solo representaba un paseo frío pero sin sobresaltos, que compensaría con un buen desayuno. Su conciencia permanecía impasible: había hecho lo que tenía que hacer, no había que darle más vueltas y, sin lugar a dudas,  mereció la pena ver la cara de horror de aquél analfabeto.
Sin embargo, a medio camino tropezó con dos cazadores y sus perros. Esto lo trastornó.
Pese al rudimentario chubasquero y la capucha que le cubría la cabeza y casi le tapaba el rostro, su forma de caminar, su figura rechoncha, sus piernas combadas, le hacían fácilmente reconocible. Además, la casa estaba próxima.
La escopeta quedaba oculta por el chubasquero. No esperaba encontrar a nadie, no obstante, había decidido ser precavido. Eso le apaciguó un tanto. Los perros se habían acercado a olisquearle y él los apartó sin brusquedad con el bastón, no fuera a encrespar a sus dueños. No se detuvo, no saludó y tampoco le saludaron, si bien percibió sobre sí las miradas silenciosas de los dos cazadores al pasar a su lado. Sintió crecer una rabia profunda en contra de ellos.
No era hombre medroso y mucho menos cobarde. Siempre se había distinguido por su bravura pero, en esos momentos, fue presa de una aguda inquietud. Si aquellos dos continuaban en la misma dirección y no se salían del camino, se darían de bruces con el cadáver de Elías. Esto era así. Como lo era, estaba absolutamente convencido de ello, que todas las voces del pueblo se alzarían en contra suya. Los cazadores le señalarían. Y querrían hacerle pagar.
De ahí su inquietud, su nerviosismo, sus ansias de deshacerse cuanto antes y sin contemplaciones de posibles enemigos en potencia bajo su mismo techo. Debía guardar el dinero y algunos papeles en la caja fuerte. Después, él y Magdalena se ocultarían en los subterráneos, eso le permitiría ganar tiempo y trazar planes. Quizá tuvieran que dejar la finca definitivamente. Lo harían a caballo durante la noche, en cuanto los ánimos se hubiesen aplacado.
Se apresuró en regresar a la casa. El silencio allí era sepulcral. Echó una mirada a la escalinata principal y tuvo un fugaz pensamiento para su esposa, confinada a perpetuidad en su habitación, aquejada de males imaginarios. En lo que a él respectaba podía pudrirse. Era un lastre con el que no tenía intención de cargar por más tiempo. Si las cosas se ponían  feas, la muy idiota, ni se enteraría. Sentada esta base, centró su objetivo en librarse de los criados... aquellos condenados haraganes.  

Objetivo cumplido. Ya marchaban arrastrando los pies, camino del pueblo.  Les siguió con la mirada durante unos segundos, al tiempo que aprovechaba para vigilar el camino. Lentamente dio media vuelta, regresó a la casa y se encaminó al despacho.
Probablemente estuviera exagerando. Los dos cazadores no descubrirían al chico y cuando alguien lo encontrara dentro de unas horas o unos días, no habría razón para relacionar su muerte con él. Con toda seguridad su vida no se vería afectada por aquél incidente. No, ¡claro que no!
A pesar de todo debía cubrirse las espaldas tal y como siempre había hecho a lo largo de los años, en todas y cada una de las parcelas de su vida.   
          Encontró a Magdalena llorando junto a la chimenea. Sus miradas se cruzaron brevemente. El hombre fue hacia el escritorio, dejó la escopeta sobre la mesa y abrió uno de los cajones con un pequeño llavín que sacó del bolsillo de su chaleco. De él extrajo una pistola alargada de color oscuro y adornos en plata. Magdalena le miró espantada sin atreverse a preguntar. Hipó mientras las lágrimas seguían resbalándole por las mejillas.
—Aplaca tus lloriqueos, muchacha. Esa desobediencia tuya es la única culpable de lo que aquí pasa. Magdalena le miró perpleja.
         —¡Yo… no-no le he desobedecido, padre! Y tampoco sé qué pasa. ¿Qué tiene que ver con los criados? Si no le gusta que pase tiempo con ellos no lo haré más, ¡no tiene que echarles! —dijo la niña sin quitar la vista de su padre que, en ese momento, ocultaba el arma bajo el chubasquero—. ¿Quiere que suba a buscar a mi tía? Ella le dirá que me porto bien y estudio mucho.
Yélamos clavó sobre su hija una repentina mirada penetrante.
         —¿Tu tía está en la casa, no se marchó después de las clases? —interrogó, desagradablemente sorprendido.
         —Fue a hacer compañía a madre, supongo que aún está con ella.
         —Lechuza metomentodo. ¡Maldita sea su estampa! Pero ¿qué espera de Alurka, que se vuelva normal de repente? ¿No está bastante claro que no tiene remedio, que está acabada?
         —No diga esas cosas —pidió Magdalena con tristeza. Yélamos la miró despectivamente. Oprimió un botón camuflado en el recargado marco del retrato que colgaba de la pared, justo detrás de él. El cuadro se deslizó a un lado dejando al descubierto la caja fuerte. Tras hacerse con ciertos papeles que debía considerar importantes y algún que otro objeto que Magdalena no pudo ver, la abrió, lo guardó todo, cerró y volvió a restaurar el retrato a su lugar original. Acto seguido hizo un gesto a su hija para que se levantara.
—Vamos, tenemos que bajar a los subterráneos —comunicó ásperamente. Magdalena dio un paso atrás.
         —¿Qué? ¿Por qué?
         —¡Porque yo lo mando!
La niña se puso a temblar.
         —¡Dígame qué he hecho mal! ¡Hable con María, por favor! Ella…
         —María está ocupada ahora, ¿no es la abanderada de las causas perdidas? —el hombre soltó una carcajada desagradable—. Olvídate de ella, muchacha, es una necia. Viendo que la niña continuaba junto a la chimenea agregó—: No me obligues a llevarte a la fuerza, hoy estoy muy cansado.
Magdalena se puso a llorar de nuevo. Temblaba visiblemente.
—¡No quiero bajar al pozo, no me gusta estar bajo tierra, no he hecho nada para que me castigue! ¡Por favor, padre,  por favor, no me haga daño!
Yélamos golpeó el suelo con su bastón repetidas veces.
         —¡Para de gimotear y obedece! ¿O quieres sentir la correa y llorar con motivos sobrados?
Yélamos y su hija abandonaron el despacho. El hombre puso una de sus manos retorcidas sobre la nuca de la niña, advirtiéndole que no cayera en la tentación de gritar llamando a su tía o apretaría hasta romperle el cuello. De esa guisa salieron de la casa. Sólo a mitad de camino aflojó la presión. Magdalena cayó en un silencio ensimismado. Sus ojos abiertos, fijos en el frente, dejaron de derramar lágrimas. Su padre se relajó sensiblemente y sonrió satisfecho. Las mujeres histéricas siempre le habían crispado los nervios.
         —Esa es una actitud inteligente, hará que nos llevemos mucho mejor —señaló, complacido.
Magdalena no le oyó.
—Ve hacia la caseta de Ezequiel, entraremos por allí —indicó a continuación—; es más fácil y el camino a la cámara más corto, no tendrás de qué quejarte.
La chiquilla acató la orden de manera automática, aunque desconocía otra entrada que no fuera la del pozo. Él siempre la obligaba a entrar por allí, probablemente porque sabía que le provocaba una gran angustia. En ningún momento se le pasó por la cabeza que quisiera compensarla por su repentina obediencia. Su padre jamás la había recompensado por nada.
Y, desde luego, no había sido esa su intención.
La realidad era que llevaba un tiempo padeciendo problemas de movilidad. Le dolían los huesos de todo el cuerpo, los sentía frágiles y, en ocasiones, le costaba respirar con normalidad. Descolgarse por el pozo no era una opción para él, tampoco recorrer pasillos húmedos y mal ventilados bajo tierra. Mal que le pesara, se veía en la necesidad de dejar de lado también la posibilidad que se ocultaba tras la biblioteca del despacho. Sus limitaciones le obligaban a arriesgarse y atravesar nuevamente el jardín a plena luz del día.  
         A punto de entrar en la desolada caseta que había sido la vivienda del guarda, Yélamos escuchó voces en los aledaños del camino. Sonaban fuertes y alteradas, pero no comprendió lo que decían. Empujó a Magdalena al interior de la caseta y cerró la puerta. Se quitó el chubasquero, lo tiró sobre una silla y con el bastón retiró la esterilla que cubría parte del suelo, dejando al descubierto una trampilla de madera.


                                                                                                                                               Continuará...

11 comentarios:

  1. Hola Nena, Yélamos es malo de verdad, un gran canalla. Me pregunto por qué no se marcha él y deja a Magdalena en paz, ya le ha hecho suficiente daño.
    No me gusta nada que vaya a los subterráneos con la niña. Se ha quedado muy interesante, estoy deseando que Yélamos se lleve su merecido.
    Besos

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    1. Hola, Mela, Yélamos no tiene intención de marcharse sin su hija... es "suya", "su posesión" y la quiere sólo para él, el resto no le importa.
      Teme represalias por lo que acaba de hacer, así que decide poner tierra de por medio, literalmente y, desde luego, no piensa dejar a su hija a merced de una horda descontrolada.
      Te adelanto que la semana que viene es la última entrega, así que el desenlace no puede estar más cerca.
      Besos.

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  2. Espero y deseo que no le de tiempo a marcharse, más que nada porque sería terrible para Magdalena y también porque no quiero (jajajajaja ni que fuera posible cambiar lo ya escrito!!!) que ese crimen de Elías quede impune.

    Como he leído ahora el comentario, ya sé que al menos no tendremos que esperar mucho..ufff una semana aun! para saber el desenlace, pero seré paciente.

    Besitos!!!

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    1. Ya hemos vueeeeltoooooo...jijijiji Por cierto, son las fiestas de la Magdalena... qué cosas!!
      Sí FG, el desenlace a este relato lo leeréis la semana que viene, si no ocurre nada por el camino. Por fin se verá si Magdalena se libra definitivamente de su padre, si la gente del pueblo les descubre, qué ocurrirá con Alurka... bueno, todo. ¡Una semana vuela!
      Besitos!!

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  3. Me he puesto muy nerviosa con este capítulo. Pobre cría, y encima cuando se entere de que Elías ha muerto. Aix, a ver que pasa.....
    ¿ Habéis vuelto de las fiestas? pero siguen no? jajajajjaaj
    Besos.

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    1. No es para menos, pobre criatura. Y cuando sepa lo que en verdad ha ocurrido y el por qué del nerviosismo de su padre, es de prever que no lo pasará nada bien. Lo dicho: la semana que viene llega el desenlace, se acaba la historia y las dudas.
      Ayer fue la romería, volvimos sanas y salvas, jajaja. Acaban el día 10, así que estamos empezando como quien dice. Tenemos previsto salir esta tarde de tapeo y cerveceo, si el tiempo no lo impide. Nos ha dado una tregua la lluvia, pero las previsiones no son buenas.
      Pasa una buena semana, Lidia! Besos

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    2. Venga, venga a pasárselo bien jejejejej mientras las otras estamos aquí currando jajajajajajjajajaja
      besos.

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  4. Este señor es un c..... Pobre chiquilla!
    Pufff, menudo capítulo para unas fiestas!!
    Besos

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    1. No te prives, puedes decirlo abiertamente, jajaja.
      Bueno, pues el domingo que viene, fin de fiestas y fin de relato. Redondo.

      Besos

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  5. De nuevo vengo a leer las atrocidades del Sr. Yélamos, con un interés (lo reconozco) algo morboso, espero que no se escape de esta. Hasta pronto. Besos

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    1. Si escapa o no, estás apunto de saberlo, Julia. Este domingo el desenlace. Ya queda menos.
      Un beso.

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